La convocatoria era clara: «Para disfrutar de la música de este grande que nos mueve a mantenerla viva en tiempos como éstos. Trayendo su mensaje y su poesía para volar un rato en líneas paralelas, paisajes sonoros y personajes extraños».
Y San Marcos Sierras respondió. No con la noche estrellada que se esperaba para octubre, sino con una tarde de lluvia y fuertes vientos que, lejos de apagar el fuego, obligaron a una reconversión mágica: toda la propuesta se trasladó al abrigo perfecto, la Sala Spinetta de la Casa de Cultura.
Fue una noche para invocar al arte con más arte. Y con algo que ya sabíamos: Cuando el arte ataque, San Marcos Sierras no se resistirá. De hecho, se entregó de brazos y corazones abiertos, armando una verdadera «noche Spinettosa» donde la comunidad se unió para tejer un manto sonoro con los hilos del legado del músico.
Con la sala principal colmada y un público que desbordaba los espacios, se respiró una conexión inmediata. El hechizo comenzó con Doc Tormenta, quien, acompañado primero por Anita Berrone, tendió los primeros puentes con la etapa más introspectiva y poética de Spinetta: «Todas las hojas son del viento» y «Por» resonaron como un susurro inicial, seguidas por «La sed verdadera» y «Elementales leches», temas que ya marcaban la complejidad espiritual que el artista exploraría a lo largo de su vida.
Luego fue la «Cantata de puentes amarillos», interpretada en solitario por Doc Tormenta, la que quebró cualquier barrera que pudiera quedar. Apenas terminado el clásico punteo de la introducción, una exhalación colectiva soltó el «ay ay ay aayyyyy todo camino puede andar» del coro, un momento de pura comunión que coronó la noche. El desafío de navegar la vasta obra de Spinetta de manera colectiva quedó así, naturalmente, iniciado.
A continuación la colaboración se hizo carne en el escenario: Doc Tormenta y Shuly Fernández (a su vez coordinadora artística del encuentro) entrelazaron sus voces en la etérea «Dedos de mimbre» de Fuego Gris, a la que después se sumó Julieta Pereyra para endulzar la noche con «La miel en tu ventana». El cuarteto formado con Martina K. completó una versión conmovedora de «Quedándote o yéndote» de Kamikaze. La travesía continuó con Martina K. sola en guitarra y voz sumergiendo a todos en «Los libros de la buena memoria» y la delicadeza oriental de «Fuji» de Estrelicia.
El dúo de Malena Vieytes y Javier Garasini hizo una elección significativa: volver al principio. Con «Tema de Pototo» y «El mundo entre las manos», los dos primeros temas que Spinetta publicó en un sencillo con Almendra, conectaron a todos con la chispa inicial del creador, aquel Luis Alberto que comenzaba a cambiar la música argentina para siempre.
Juani de Frutos y Marquitos ofrecieron un tríptico que abarcó desde la poesía cósmica de «Que ves el cielo» hasta la crudeza de «Credulidad» y la crítica social de «Jardín de gente», mostrando la evolución del sonido spinetteano a través de las décadas.
La intimidad más profunda llegó de la mano de Ramiro Melo, quien con su voz y guitarra transitó «Canción para los días de la vida», «Solo tú vendrás a juntar mis días» y el grito existencial de «Ah! Basta de pensar!». Siguió con Genaro Collado y Shuly desgranando la belleza de «Durazno sangrando», un tema cumbre de la etapa de Invisible.
El pulso cambió con la fuerza candombera de La Yuyera e invitados, que le dio una nueva piel a tres clásicos absolutos: «Muchacha (ojos de papel)», «Barro tal vez» -una de sus primeras zambas- y «Seguir viviendo sin tu amor», llevando la energía a su punto más alto con ritmos que invadieron el cuerpo y el alma.
El cierre estuvo a cargo de una banda conformada especialmente para esta noche, como las bandas eternas del Flaco. Nicanor Collado en batería, Franco Montefiore en el bajo, Shuly en la voz, Genaro en piano y Riqui Collado en guitarra, transitaron con potencia y precisión un repertorio que incluyó «Mi elemento» de Un mañana, «El anillo del capitán Beto», «Ella también» de Kamikaze y «Alma de diamante» de Spinetta Jade.
A lo largo de toda la velada, el arte visual de Paula Irene García dialogó con la música, pintando en tiempo real las atmósferas oníricas y los paisajes internos que las canciones evocaban, completando una experiencia sensorial, tal como se había prometido: la música entrelazada con pinceladas de color en vivo.
Algunas versiones se ajustaban al original con respeto; otras, en cambio, buscaron nuevas resonancias con armonías vocales inesperadas y arreglos con cambios rítmicos, demostrando que la obra de Spinetta es un organismo vivo, un territorio fértil para la reinterpretación.
San Marcos Sierras no intentó reproducir un legado inabarcable en una sola noche, sino honrarlo a su manera, con un concierto construido desde el corazón, con una fuerza tan genuina que ya se habla de repetir esta celebración el próximo 23 de enero, en el Día del Músico y cumpleaños de Luis. Fue una noche que demostró que la música del Flaco, con todas sus hojas, sus puentes y sus diamantes, pertenece al viento, al barro, a la gente. Y en las sierras, esa noche, su esencia resonó eterna. San Marcos Sierras, un jardín de presentes.

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